DÍA 1: ¡COMIENZA EL TRABAJO!

 No sé qué estoy haciendo. Escribo con el pulso agitado y apenas tengo esperanza en la palabra como terapia. El doctor Wenceslao me recomendó hacer una bitácora, con el fin de luchar contra el estrés de mi nuevo trabajo. Sus treinta años al frente del Departamento de Genética, en la Universidad de Granada, me han dado siempre la confianza que necesito para creer, ciegamente, en sus indicaciones. Pero, aunque en el laboratorio nunca se me ha ocurrido cuestionarlo, fuera de él no confío en nadie. A veces, ni en mi mismo. Esta vez, sin embargo, no me ha quedado más remedio que seguir sus recomendaciones. Mi nombre es Ulysses Strauss, y soy el nuevo encargado del laboratorio nacional más importante del país. En él, trabajamos con los últimos avances en armas biológicas, con la intención de contar con los recursos necesarios para combatir, en una futura e hipotética guerra, a la altura de las grandes potencias militares. Ahora me encuentro en  mi habitación, desde donde escribo después de haber sido perseguido por todo el centro de Madrid. No sé por quiénes ni con qué fin. Aunque eso ahora no me importa. Lo importante es que sigo vivo.

Como todas las tardes, alrededor de las seis, salí del laboratorio agotado y con ganas de llegar a mi apartamento. En ese momento, en mi cabeza solo cabía la idea de abrir la puerta y sentarme en el sillón del salón, bajo el foco de mi lámpara de pie, a leerme un libro de espionaje del gran John Le Carré. Cualquier otra cosa, estaba descartada o me era indeferente. Tenía otros planes para lo que, finalmente, ocurrió. Caminaba despacio, observando a la gente andar a mi alrededor, cuando al girar una esquina, a cuatro manzanas de mi casa, dos hombres trajeados, con gafas de sol y cruzados de brazos, parecían estarme esperando, ocupando toda la acera. Cuando reparé en ellos, se me paró el corazón. El Ministro de Defensa, con quién tan sólo había hablado una vez en mi vida, me había advertido de ese momento: "No significa que te vaya a pasar", recuerdo que me tranquilizó, "pero cualquier día te puedes encontrar con gente indeseada, que vaya detrás de ti. Y tendrás que estar preparado". Sabía lo que tenía que hacer. Di media vuelta, y me dirigí hacia el Parque del Retiro. Allí sería más difícil que me viera mucga gente. Al menos, si el plan salía como debía...

Al entrar al parque, los dos hombres me segían a una distancia de veinte pasos. En ese momento, nadie entraba ni salía, y el choque de sus zapatos contra el suelo me advertía de su presencia sin que hiciera falta que mirara hacia atrás. Giré a la derecha y me situé detrás de un árbol. Lo hice de tal forma que el resto de árboles y arbustos, me había cubierto. No sabían si había continuado caminando o me había ocultado. Ahora avanzaban con más cautela. Lancé una piedra a tres metros de mi y, cuando se acercaron lo suficiente a ella, saqué la pistola del maletín. Dos balas de cultivo de Clostridium botilinum y el cuerpo entero se les paralizó.

Hice la llamada que debía:

—Señor ministro, dos hombres abatidos en mi ubicación. Espero al equipo y me marcho. Corto y cambio.





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